Este tutú romántico evolucionó muy poco a lo largo del siglo
XIX, aunque se fue haciendo más corto y se convirtió en el atuendo típico de la
bailarina. La obras de Degas dejan patente cómo era el tutú en torno a 1870 y
años posteriores.
Aunque en estos años, y a pesar del éxito de Giuseppina
Bozzacchi en la Coppélia de Saint-Léon, la danza ha decaído y el tipo de
bailarina se ha transformado en Occidente, concretamente, y sobre todo en
París. La renovación vendrá de Oriente,
desde Rusia. Cléo de Mérode, que entró en la Escuela de
Danza de la Ópera de París a los 7 años, en 1882, describe minuciosamente en
Souvenirs el traje y tutú de la época. Para los ensayos: una camisa cerrada
hasta el cuello, sobre ella un corsé de dril, encima una blusa en batista con
un pequeño volante en el escote, un pantalón hasta las rodillas, medias de
algodón y la falda -dos faldas de tarlatana cosidas juntas en la zona alta- y
finalmente un cinturón. Para la escena, las faldas eran de tejido más fino y el
calzón se sustituía por un maillot de seda rosa en dos partes: una superior con
mangas que ocultaba hombros y axilas y otra inferior. Según Cléo de Mérode, en
escena se utilizaba un “verdadero tutú”: tres faldas montadas sobre la misma
cinturilla, la exterior muy fruncida y de más vuelo.
El estricto atuendo estaba completamente reglamentado,
incluso en las medidas de las piezas y telas: falda de 50 ó 60 cm. De largo,
formada por dos capas de tarlatana superpuestas, de entre 5 y 6 m. de contorno
y cosidas juntas en la parte baja de un canesú de 15 cm. que permitía ajustar
las caderas y marcar la cintura.
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